domingo, 16 de enero de 2011

El cuerpo en la moda y viceversa

Resulta común creer que nos vestimos para cubrir nuestro cuerpo, como si la ropa constituyera una cortina entre individuo y mundo, desnudez y juicio. Sin embargo, es precisamente esta idea la que desvía por completo el propósito de la vestimenta que constituye totalmente lo opuesto: descubrirlo.

El cuerpo es un espacio de encuentro y, como espacio que es, alberga y delimita al tiempo que refiere y conecta. Une dentro y fuera en la percepción, es vehículo de reacción inmediata a los estímulos del medio. Al vestir al cuerpo -canal de comunicación entre individuo y sociedad- intervenimos en este diálogo regulando el tipo y la intensidad de las sensaciones a las que estará expuesto o incluso creando unas nuevas. Un tejido ligero y suave no sólo permite la sensación de viento sino que la maximiza cuando es agitado por el mismo, pues percibimos temperatura y fuerza. En cambio, un tejido denso y áspero, al ser menos permeable, minimiza la percepción de la variación de la temperatura ambiental al tiempo que provoca irritación en la piel. Quizá este tipo de sensaciones no modifique nuestra personalidad, mas, la predisposición en que nos coloca, afecta directamente nuestra actitud hacia el entorno y hacia los demás. Una persona cómoda se concentrará con más facilidad, una persona incómoda reaccionará con agresión.

La ropa, el tejido del cual se forma, es lo más próximo a la piel, nuestro propio tejido. Así, el vestido es una ‘segunda piel’ que nos ofrece la posibilidad de reinterpretar nuestra corporeidad en un sentido más allá del biológico, proveyéndolo de una nueva anatomía, ya sea por medio de una silueta, una textura o líneas de construcción.

El lenguaje de la moda tiene su fundamento en el lenguaje corporal, lo acentúa o pausa, lo revela o disimula. Vestir el cuerpo es calificarlo y para hacerlo es necesaria la conciencia de una identidad física, la forma más primitiva de identificación adquirida desde la temprana infancia. Sin una plena conciencia de esta identidad, de la realidad de nuestro cuerpo, el vestir se torna en refugio de lo falso en el cual distanciamos a los otros de nuestro yo-cuerpo para ejercer papeles ajenos o imaginarios por medio del engaño. Quien se cubre ante los demás, se oculta de sí mismo.

Descubrir jamás debe confundirse con exponer, un cuerpo expuesto es naturalmente vulnerable, es por ello que la indumentaria es valiosa: descubre a través de sus adjetivos mientras que la sustancia -el textil- ayuda a demarcar límites que, de ser coherentes, defenderán la propia libertad. El vestir verdadero descubre el cuerpo expresando belleza, no como posibilidad, sino como elección voluntaria y definitiva realizada desde dentro y proyectada hacia fuera.

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