viernes, 28 de enero de 2011

El calzado como localizador cultural

    Usar zapatos es como caminar con los ojos vendados.

Una creencia de la tribu quiche, más que una creencia, una interesante reflexión. La planta de los pies es una de las partes más sensibles del cuerpo por razones de protección, siendo sede de reflejos y nervios periféricos cubrirla produce los resultados más diversos. 

    Al analizar la confección del calzado es posible indagar el clima, el avance tecnológico, la estética y los estratos sociales de una región o civilización. Un ejemplo de ello son las sandalias del siglo III a.C. provenientes de Egipto, podrían visualizarse en cualquier aparador actual: están decoradas, la confección es de calidad y son tan ergonómicas como las actuales. En comparación con otras de la misma época, esas sandalias no estaban sólo cubriendo una necesidad física, sino una estética. Los pares más antiguos fueron manufacturados con fibras naturales duras y pieles (materiales aún en uso) y con las formas más diversas. En ciertos casos, aquello que aparece como una estera miniatura con cintas dista de nuestra imagen de un zapato. De la necesidad de protección contra la ardiente arena del lugar, se evolucionó a la necesidad de ostentación para demarcar jerarquías.

    Los materiales con los que están elaborados los zapatos son indicadores de su origen, como son los Zori de fibra de arroz, o los de lana y plumas de emú de Australia. También demuestran la evolución y el nivel de progreso de una comunidad o sociedad, tal como las botas apaches cuya clase de detalles, motivos bordados en chakira, flecos, pelo, tiras para ajustarse, características inesperadas para la indumentaria de un grupo nómada que, por lo mismo, tuvo una expresión artística limitada por lo efímero de su modus vivendi. Lo mismo sucede con las coloridas botas bordadas de Kabul y Afganistán, resultantes del nivel de espiritualidad de aquellos pueblos, misticismo reflejado en sus técnicas artesanales.

    Por otro lado, los zapatos Gian Lien eran confeccionados en seda y con bordados exquisitos,  tan hermosos que aquellas mujeres aceptaban modificar sus pies para caber en ellos. Un oxímoron total: zapatos que no sirven para caminar, zapatos que no entran en los pies, mujeres estáticas. Mujeres que se abandonan a un bastón de por vida a cambio de la aprobación de un hombre; no aisladamente en China, no exclusivamente en el siglo X, todavía se exige fragilidad para ser consideradas bellas. Se reprime la fuerza femenina con corsés asfixiantes, tacones de vértigo, kilos de joyería, miriñaques inmensos, minifaldas inmovilizantes, peinados que desafían la gravedad. Indumentaria que pone a prueba la resistencia física y mental de quien la lleva. Y sí, las mujeres lo logran, algunas hasta consiguen pensar en elevar su espíritu y el de los demás. Lo peor no es saber de la tortura, sino saberla familiar. 

    Antiguamente, calzar y descalzar los pies consistía en un transe del mundo privado al público, del puro al impuro, del pobre al rico, aún es así pero carecemos de códigos que nos impidan ignorarlo. Poner los pies dentro de un par de zapatos es andar en otro territorio sin que se haya requerido un solo paso. Un par de sandalias invitan a un caminar relajado y despreocupado, con un trayecto menos predecible, mientras que un par de tennis o zapatillas deportivas aseguran el andar y lo hacen más fugaz y confiado, al contrario de unos tacones que se vuelven un vaivén del equilibrio que a cada paso debe recuperarse, el precio de un falso acercamiento al cielo.

    Dentro del lenguaje de la indumentaria, el calzado es punto final. Un punto que puede ser simplemente condescendendiente con la frase que le precede (traje sastre con zapatos de vestir),  reforzar su mensaje (traje sastre con zapatos lujosos) o tergiversarla hasta casi anularla (traje sastre con zapatillas para correr). Un atuendo es correcto cuando se llevan los zapatos adecuados, pero resultando estos un indicador de cuánto nos importa lo que portamos arriba, ya sea por su calidad y diseño, como por el esfuerzo que dedicamos a caber en ellos.

    Siempre me ha parecido curioso el hecho de que, en los accidentes automovilísticos, los zapatos sean de lo primero que pierde el accidentado. ¿Tanto nos atan a la tierra? El calzado para la mujer está lleno de magia, los zapatos son comúnmente fetiches, tótems, talismanes femeninos. Son nuestro pedestal personal, pero muestran nuestra ubicación real -aunque sean itinerantes-. Observar los propios pies es descubrir aquello que conscientemente nos callamos.

    En el cuento Las zapatillas rojas en versión de Hans Christian Andersen, la niña se confecciona un par de zapatillas rojas con viejos retazos y, aunque rústicas y sencillas, estas zapatillas la salvan de su pobreza porque le recuerdan su esperanza; cuando es adoptada por una vieja muy rica, tiran esas zapatillas tan propias de ella y le compran otras, más rojas, más relucientes y más sofisticadas que son hechizadas con 'bailar sin parar' y para recuperar su voluntad debe cortar sus pies. A Cenicienta se le acabó la ilusión cuando perdió su zapatilla y encontró la felicidad cuando la recuperó. A Dorothy, las zapatillas de rubí la llevan de regreso a casa. A nosotros, los zapatos nos llevan a donde pertenecemos.


Imágenes:
1. Sacudir el polvo de los pies, Nihil Sub Sole Novum

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